MANUEL CRUZ FERNÁNDEZ (1892-1967), UN ONUBENSE EN
LAGARTERA
Corría el 1914 cumpliéndose dos años de la estancia de
Sorolla en Lagartera. El regeneracionismo de Joaquín Costa transitaba los
caminos de España sobre los zapatos de los grandes hombres de la generación del
98. Antonio Machado recomendaba, entre otras tareas, la de investigar el alma
popular: “¡Cuántos que pretenden arrancar secretos a las piedras de España se
han olvidado de interrogar a los hombres!” (1).
Y hete aquí que aparece en Lagartera, en el año antedicho, un joven onubense
que pretende escudriñar a través de su pintura el alma y la esencia lagarteranas.
Manuel
Cruz entra en mi vida de una manera muy peculiar. Viajamos Rosario, mi mujer, y
yo, en las vacaciones de verano, a Islantilla (Huelva) y tenemos en mente
visitar el Museo de Huelva; estamos interesados especialmente en conocer lo que
contiene relativo a la antigua Tartessos. Una vez recorridas las distintas
salas dedicadas, en la planta baja, a los aspectos arqueológicos, subimos a la
planta superior para contemplar la exposición permanente de pintura, pero están
reformando y pintando esa zona y no se puede visitar. Bajamos para salir del
Museo y, al pasar por recepción, cuál no sería nuestra sorpresa al contemplar
en la estantería de exposición de libros y catálogos la portada de un libro que
reproduce un cuadro de un personaje que, pienso para mí, es un lagarterano.
Tomo el libro, lo hojeo y, en efecto: el pintor es Manuel Cruz Fernández, el
título del cuadro Labriego toledano. Desgraciadamente,
aunque ilusionados, nos tenemos que conformar con observarlo en el catálogo, ya
que no es posible ver el original.
El catálogo pertenece a la exposición
que le dedica la ciudad de Huelva en el Museo en el año 2007 al autor: Manuel Cruz Fernández y la escuela pictórica
onubense. En aquel momento, Manuel Cruz es presentado por el Delegado
Provincial de Cultura, Juan José Oña Hervalejo, como “un artista casi
desconocido”; del mismo modo, Juan Fernández Lacomba, Comisario de la
exposición, alude a él como “un artista hasta ahora escasamente conocido”. Creo
que nosotros podemos ir más lejos y afirmar que en Lagartera es totalmente
desconocido. Sorolla es conocido incluso por los más pequeños; quien más, quien
menos ha oído hablar de Amadeo Roca, de Zubiaurre, de Regoyos…, pero, de Manuel
Cruz, me atrevería a asegurar que nadie en Lagartera tiene noticia. En la
amplia bibliografía de Julián García Sánchez sobre la zona, no aparece, que yo
sepa, alusión al mismo.
Con dicha
exposición, sus paisanos rindieron un homenaje a su arte pictórico que, por
avatares de la vida, no se desarrolló en toda su intensidad ni fue plenamente
reconocido y difundido. En dicho catálogo aparecen otras obras de su paso por
nuestra tierra, por nuestro pueblo y su entorno, ya que vivió en la cercana
Guadalupe y en la ciudad de Cáceres.
Manuel Cruz Fernández nace en Huelva en 1892, formándose en
la Escuela de Pintura de Huelva, creada en 1905. Huelva en aquel momento es un
hervidero de creatividad y Manuel cuenta con la inestimable amistad del pintor
Daniel Vázquez Díaz y del premio Nobel de Literatura Juan Ramón Jiménez, el
cual intercede ante un amigo suyo cirujano para que le opere de una grave
dolencia en Madrid. En este tiempo, aprovecha para visitar con su amigo Eugenio
Hermoso el Museo del Prado.
En su obra, retratos y paisajes, se puede apreciar un claro
influjo de Vázquez Díaz, Zuloaga, Romero de Torres y Sorolla. Su pincel se
mueve, en trazos y colores, con una libertad fresca y honesta, buscando en toda
su intensidad el latir de la vida que trata de reflejar. También Juan Ramón
Jiménez se asoma en sus telas en determinados aspectos simbólicos.
Volvamos al cuadro Labriego
toledano. Como apunta Juan
Fernández Lacomba: “Verdadero resultado emblemático de las andanzas del joven
Manuel Cruz Fernández por tierras toledanas durante la primavera de1914 es este
labriego ejecutado en la localidad de Lagartera, según nos confirma la propia
firma de la obra fechada en 1914”. En efecto, la obra, un óleo sobre lienzo de
192 x 104 cm, está firmada en el ángulo inferior derecho: “Manuel
Cruz/Lagartera 1914”.
Manuel Cruz es seguro que queda fascinado por la tradición
lagarterana. Y, si le es inevitable quedar cautivado por la envoltura de sus
personajes –tanto el masculino como el femenino–, a buen seguro que trata
especialmente de ahondar en la esencia de los mismos, tal como se refleja en su
pintura, buscando en ellos, como sugiere Juan Fernández Lacomba “prototipos de
la cultura castellana en torno al Tajo”.
Se puede considerar esta obra como la más lograda de este
periodo de su vida. En ella se traslucen, junto con las peculiaridades
regionales, aspectos de la entidad castellana: la mirada viva y penetrante; el
porte moderado, pero firme; el gesto grave, casi adusto; el atuendo sobrio,
sólo rota la sobriedad por el remate en rico bordado del cuello y los hombros
en la blanca camisa y el rojo intenso de la faja; a ello podemos añadir la
hermosa jarra de cerámica, distintivo de las cercanas Talavera de la Reina y
Puente del Arzobispo.
En este paisaje reseco y sombrío que es la meseta castellana
de este tiempo, la azada al hombro puede ser símbolo de la dignidad que
transmite el rudo trabajo en esta tierra tan dura y exigente con el labrador,
el cual, sereno y paciente, eleva su plegaria como los personajes del Ángelus de Millet, buscando una conjunción entre el cielo y la tierra.
Al fondo puede apreciarse una población, cuyo perfil
dominado por la altiva torre, nuestros ojos, habituados a su contemplación, no
pueden sino determinar con certeza que es el de Lagartera.
Es, por tanto, este cuadro un hermoso homenaje a aquella
sociedad campesina, agrícola y artesana, en la que muchos artistas y pensadores
buscaron la base esencial para regenerar una España que había perdido, tras los
desastres del siglo XIX, el rumbo de la historia.
Sólo queda en este relato un punto oscuro que esclarecer:
¿Quién es el personaje, el antepasado lagarterano, que posó para Manuel Cruz
Fernández? Interesante labor de investigación que quizás alguna persona, viendo
el cuadro, pueda resolver o, al menos, aportar un dato aclaratorio.
Autor: Francisco Cano Moreno - Paco Cano -
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